Me gustaría cerrar esta serie de publicaciones con un texto más extenso que me permita expresar sin barreras lo que para mi ha sido, es, y será, la vida que he vivido y que viviré.
Me he puesto frente al papel o el teclado en tiempos de necesidad desde hace ya mucho tiempo, y lo seguiré haciendo de aquí en adelante, solo que en un medio distinto. Este no ha sido el único, pero sí el más importante para mí en etapas de mi vida que ya pasaron. Esa necesidad de expresarme tiene raíz en el descontento, en la angustia y en todas las experiencia mayormente negativas que he afrontado desde mi madurez temprana. Es la forma que tengo de intentar verme a mí mismo desde una perspectiva ligeramente distinta, de afianzar o construir una mentalidad que es parte de mí como tantas otras cosas. Tener un espacio donde poder verbalizar mis pensamientos y presentarlos ante mí me ha resultado, en general, algo positivo, aunque sin resultados directos visibles.
Todo este tiempo, reflexionar me ha ayudado a ver quién soy, cuáles son mis límites, y, sobre todo, conocer mis puntos flojos. Sé que soy una persona mentalmente débil e inestable, retraída en el ámbito emocional y con problemas para socializar. Problemas no de forma, sino de fondo, que subyacen en un plano más espiritual, más íntimo y filosófico. Para mí ha sido siempre algo privado, que me ha costado mucho poner sobre la mesa.
Creo que mi debilidad mental y espiritual viene acompañada por una fuerte voluntad de que esto no afecte a nadie más que a mí. Yo hago de mí una persona poco abierta en temas alejados de lo mundano, y a la vez yo soy el que lidia con los problemas que pueda tener en ese aspecto. Y esto, por mantener al resto de personas alejadas de mis problemas y evitar transmitir negatividad, que es a su vez un acto de mera coherencia. Si mi mente es mi templo privado, lo es en las buenas y en las malas.
Intuyo que el acto de cerrame en mí mismo me ha reforzado un sentimiento de insensibilidad, el cual me ha preocupado y me preocupa a lo largo de buena parte de mi vida. Una insensibilidad vista en relación a mí mismo, buscando casi siempre un punto de vista analítico y objetivo de mi forma de ser, mis acciones o mis preocupaciones. Puedo tratar de conocerme bien, pero a costa de no ser capaz de socializar conmigo mismo en un plano puramente emocional y más de andar por casa, por llamarlo de alguna forma. Desgraciadamente, no es algo que pueda o sepa controlar.
Esta forma analítica y un tanto fría de verme a mí mismo me han dado, a mi entender, la capacidad de ser empático y tener una actitud positiva en cuanto a los demás, a la vez que me he machacado y me he visto con los ojos del pesimismo a la hora de abordar situaciones. Tal vez en un intento de ganar fortaleza mental, de seguir aislado o de mantenerme en una zona de confort que, por desgracia, no es muy confortable. O puede que simplemente por razones más mundanas.
Soy casi un masoquista mental. No disfruto pasando malos momentos, pero cuando estos vienen, los enfoco con una actitud hacia mí que bien podría ser considerada desprecio. Por las razones dichas anteriormente. Y porque la inseguridad mental me viene siempre acompañada por inseguridad personal. Por un común miedo al fracaso, acentuado por una actitud que busca el bien a base del mal, que busca la comodidad externa a base del tormento interno. Eso en los malos momentos, claro. En los buenos es fácil vivir. Pero intuyo que, quien lea esto, se habrá dado cuenta de que los buenos momentos no son los que a mí me construyen como persona, sino los que me permiten realizarme.
He tenido momentos muy puntuales en los que he dejado a un lado, en bastante medida, las barreras que me impiden ser una persona abierta en todos los sentidos. Han sido momentos extremadamente duros, en los que romper las barreras ha devenido de romperme yo como persona. Es una terapia de choque casi inhumana, que no se detiene, que no comprende, que no puedo analizar. Esos momentos, únicos a su manera, representan la realización de los miedos que me impulsan a actuar como actúo. En uno de esos momentos me hallo. Por eso escribo. Por eso ya no hay barreras. Por eso, todo lo que me queda es escribir.
La mayoría de mis reflexiones, como esta, no tienen una conclusión. Es cada cual quien tiene que saber interpretar las cosas. En el fondo, deseo que cada persona tenga tanta espiritualidad como yo, o más. Aunque eso sí, espero que no vaya acompañada de todo lo malo que va con la mía.
Ojalá la vida nos trate a todos para que podamos construírnos sin problema.
Me he puesto frente al papel o el teclado en tiempos de necesidad desde hace ya mucho tiempo, y lo seguiré haciendo de aquí en adelante, solo que en un medio distinto. Este no ha sido el único, pero sí el más importante para mí en etapas de mi vida que ya pasaron. Esa necesidad de expresarme tiene raíz en el descontento, en la angustia y en todas las experiencia mayormente negativas que he afrontado desde mi madurez temprana. Es la forma que tengo de intentar verme a mí mismo desde una perspectiva ligeramente distinta, de afianzar o construir una mentalidad que es parte de mí como tantas otras cosas. Tener un espacio donde poder verbalizar mis pensamientos y presentarlos ante mí me ha resultado, en general, algo positivo, aunque sin resultados directos visibles.
Todo este tiempo, reflexionar me ha ayudado a ver quién soy, cuáles son mis límites, y, sobre todo, conocer mis puntos flojos. Sé que soy una persona mentalmente débil e inestable, retraída en el ámbito emocional y con problemas para socializar. Problemas no de forma, sino de fondo, que subyacen en un plano más espiritual, más íntimo y filosófico. Para mí ha sido siempre algo privado, que me ha costado mucho poner sobre la mesa.
Creo que mi debilidad mental y espiritual viene acompañada por una fuerte voluntad de que esto no afecte a nadie más que a mí. Yo hago de mí una persona poco abierta en temas alejados de lo mundano, y a la vez yo soy el que lidia con los problemas que pueda tener en ese aspecto. Y esto, por mantener al resto de personas alejadas de mis problemas y evitar transmitir negatividad, que es a su vez un acto de mera coherencia. Si mi mente es mi templo privado, lo es en las buenas y en las malas.
Intuyo que el acto de cerrame en mí mismo me ha reforzado un sentimiento de insensibilidad, el cual me ha preocupado y me preocupa a lo largo de buena parte de mi vida. Una insensibilidad vista en relación a mí mismo, buscando casi siempre un punto de vista analítico y objetivo de mi forma de ser, mis acciones o mis preocupaciones. Puedo tratar de conocerme bien, pero a costa de no ser capaz de socializar conmigo mismo en un plano puramente emocional y más de andar por casa, por llamarlo de alguna forma. Desgraciadamente, no es algo que pueda o sepa controlar.
Esta forma analítica y un tanto fría de verme a mí mismo me han dado, a mi entender, la capacidad de ser empático y tener una actitud positiva en cuanto a los demás, a la vez que me he machacado y me he visto con los ojos del pesimismo a la hora de abordar situaciones. Tal vez en un intento de ganar fortaleza mental, de seguir aislado o de mantenerme en una zona de confort que, por desgracia, no es muy confortable. O puede que simplemente por razones más mundanas.
Soy casi un masoquista mental. No disfruto pasando malos momentos, pero cuando estos vienen, los enfoco con una actitud hacia mí que bien podría ser considerada desprecio. Por las razones dichas anteriormente. Y porque la inseguridad mental me viene siempre acompañada por inseguridad personal. Por un común miedo al fracaso, acentuado por una actitud que busca el bien a base del mal, que busca la comodidad externa a base del tormento interno. Eso en los malos momentos, claro. En los buenos es fácil vivir. Pero intuyo que, quien lea esto, se habrá dado cuenta de que los buenos momentos no son los que a mí me construyen como persona, sino los que me permiten realizarme.
He tenido momentos muy puntuales en los que he dejado a un lado, en bastante medida, las barreras que me impiden ser una persona abierta en todos los sentidos. Han sido momentos extremadamente duros, en los que romper las barreras ha devenido de romperme yo como persona. Es una terapia de choque casi inhumana, que no se detiene, que no comprende, que no puedo analizar. Esos momentos, únicos a su manera, representan la realización de los miedos que me impulsan a actuar como actúo. En uno de esos momentos me hallo. Por eso escribo. Por eso ya no hay barreras. Por eso, todo lo que me queda es escribir.
La mayoría de mis reflexiones, como esta, no tienen una conclusión. Es cada cual quien tiene que saber interpretar las cosas. En el fondo, deseo que cada persona tenga tanta espiritualidad como yo, o más. Aunque eso sí, espero que no vaya acompañada de todo lo malo que va con la mía.
Ojalá la vida nos trate a todos para que podamos construírnos sin problema.